En las oscuras horas de la madrugada, la tragedia se despliega en escenarios como el bar “La Perla” en Tijuana.
Paramédicos se encuentran con la dura realidad: dos hombres al borde de la muerte, víctimas de una sospechosa sobredosis de fentanilo. Esta escena, cada vez más común, refleja un alarmante incremento en el consumo de esta droga sintética, según Gabriel Valladares, uno de los paramédicos.
En Tijuana, como en muchas ciudades fronterizas, el fentanilo ha arraigado profundamente su presencia. Los narcotraficantes mexicanos, aprovechando su bajo costo y fácil producción, lo mezclan con otras sustancias, multiplicando los riesgos para los consumidores. A pesar de la magnitud del problema, las autoridades, incluido el presidente Andrés Manuel López Obrador, minimizan su impacto, mientras la crisis continúa cobrándose vidas.
La situación es igualmente devastadora al otro lado de la frontera. En El Paso, Texas, Nellie Morales aún llora la pérdida de su hijo, Elijah, de solo 15 años, víctima de una pastilla de Xanax falsificada que contenía fentanilo. Su historia refleja una realidad desgarradora: más de cinco personas mueren diariamente en Texas por esta droga.
La lucha contra el fentanilo se intensifica, pero enfrenta desafíos monumentales. A pesar de los esfuerzos de las autoridades estadounidenses, el flujo de esta droga desde México parece imposible de detener. Jóvenes como Kevin, vinculados al tráfico de drogas desde temprana edad, ven en el fentanilo un lucrativo negocio. Para ellos, es simplemente una parte más de un ciclo implacable de violencia y adicción.
Mientras tanto, en Tijuana, el lamento de una madre se suma a las estadísticas sombrías. Su hijo se convierte en otra víctima del fentanilo, una nota trágica en medio de un año electoral marcado por el dolor y la incertidumbre en ambos lados de la frontera.