En la década de los ochenta, Francia dio luz verde al uso de un pesticida que ya había sido vetado en Estados Unidos por su nocividad.
Este plaguicida, conocido como clordecona, se utilizó intensamente en las islas de Martinica y Guadalupe, y hoy en día, las comunidades locales siguen sufriendo las consecuencias devastadoras en términos de salud y medio ambiente.
Patrick y Josette Dantin son solo una de las muchas familias afectadas por este desastre. Patrick, originario de Martinica, fue diagnosticado con una rara forma de cáncer sanguíneo vinculada al uso de pesticidas en las plantaciones de plátanos donde trabajaba. Su vida, antes activa y laboriosa, se vio truncada por una enfermedad que lo dejó incapacitado y dependiente de la quimioterapia.
El problema no se limita a la salud humana. Estudios realizados por científicos locales muestran que hasta el 90% de la población en estas islas tiene niveles detectables de sustancias tóxicas en la sangre, lo que se ha asociado con alarmantes tasas de enfermedades como cáncer de próstata, Parkinson y daños cerebrales infantiles.
Mientras tanto, la clordecona sigue siendo una amenaza persistente en estas islas, contaminando no solo la tierra, sino también los cursos de agua y el océano. La biodegradación de esta sustancia química es lenta y compleja, lo que prolonga la agonía de las comunidades afectadas. La historia de los Dantin es solo un ejemplo de las muchas tragedias causadas por la negligencia en el uso de pesticidas.
A medida que las comunidades locales continúan luchando por la justicia y la recuperación, queda claro que el legado tóxico de la clordecona seguirá afectando a las Antillas Francesas durante años venideros.